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Entre letras y placeres de Gaillac, disfruto de las cepas y sonrío frente a los cambios.
Mientras buscamos las recetas para el almuerzo de este sábado, encontramos las hojas de un periódico que el abuelo francés dice tener desde los años 60. Amarillento, borrado por los pliegues vemos en él dibujos y artículos dedicados a las amas de casa. Recetas y consejos de costura se leen en un programa semanal que se suponía a gusto para el género femenino, considerado como la norma para las mujeres de la época.
Hojeándolo delicadamente, me encuentro con una carta al editor de una joven de 15 años quien habla de sus habilidades en idiomas y quien se preocupa por su futuro.
Ésta pide consejos para una carrera de secretaria trilingüe que parecía difícil y muy solicitada ya en aquel entonces.
Hoy, acariciamos la primavera del año 2021 bajo otra forma de “limitación de libertad” muy lejos de una cuestión de género. Desgastados por una serie de medidas restrictivas dentro de un cuadro de salud pública motivadas por una vaga “intención de cuidar al prójimo”, nos confrontamos a nuestras propias limitaciones. No es nada más y nada menos que una pandemia de la cual nadie hubiera creído, ni previsto su existencia.
Al mismo tiempo, a nivel planetario, la agenda de las Naciones Unidas contempla un esfuerzo pedagógico dantesco para que de aquí al 2030 sea posible, entre otros objetivos altruistas y ambiciosos, minimizar las brechas generacionales y sociales tratando de no olvidar a nadie.
Hace un mes exactamente, hablábamos del día Internacional de los derechos de las mujeres citando el incendio de la fábrica en Nueva York y los diferentes movimientos que, a través de la historia, han reivindicado el derecho de las mujeres al trabajo digno.
Las publicaciones que abogan por la igualdad de hombres y mujeres felicitando a las mujeres que logran hacerse un lugar en puestos considerados “masculinos”, se multiplican sin cesar en las redes sociales.
Aunque parezca una batalla interminable, sonrío y agradezco a las generaciones de hombres y mujeres que han batallado por cambiar la percepción de las cosas. Actualmente, aprender otro idioma forma parte de las maquetas pedagógicas procurando el desarrollo de habilidades transversales en carreras distintas y complementarias para ciudadan@s que se preparan para trabajar en un mundo globalizado.
Agradezco al universo que me regala la mirada de estupefacción de una niña de 7 años quien, en esta parte del globo, se asombra al escuchar que había una vez… cuando las mujeres no tenían derecho de salir a la calle.
Sonrío porque la opción de estudiar idiomas no es para mí una necesidad profesional, sino una cuestión de pasión.
Agradezco a mis padres, a los hombres y las mujeres que participan a la construcción de lo que soy, por el ser que soy sin etiquetas de género, color, idioma, ni religión.
La tecnología nos ha permitido borrar fronteras aún mucho más grandes que las impuestas geográficamente. Bien que sea tanto una herramienta como un peligro, es una forma de lenguaje que nos permite comunicar, compartir y continuar a aprender en nuestro idioma y otros idiomas.
Hace dos noches escuché a una escritora entrevistada en La Grande Librerie, a quien le parecía difícil hablar de la búsqueda de la felicidad. Yo me digo que la felicidad comienza cuando el ser toma consciencia del momento presente y descubre el camino recorrido por tantas generaciones. La evolución viene de ese afán por aprender a conocer al otro y vivir con el otro. Los idiomas son más que una técnica, mucho más que una herramienta, son todo un mundo tal vez tantos mundos como seres existen, ricos de sus experiencias de vida.
Para mí, enseñar y aprender idiomas son un medio para conocer al otro y acompañarle en su aprendizaje, al mismo tiempo que también me descubro fiel aprendiz del universo. Profesional liberal, profesora, maestra, traductora, interprete o externalizadora de servicios lingüísticos… muy poco importa el título, el lugar o el género mientras que una sonrisa siga siendo una lengua universal.